sábado, 20 de agosto de 2011

Not Of My Own...


El recuento de los daños siempre es negativo, siempre es pérdida, siempre es un velo gris que te cubre de tristeza. En la batalla de los días, me parece como si algunos fuéramos dejando pedazos de nuestra piel y de nuestra alma regados por los suelos del tiempo, envueltos en neblina.

Cada despedida me deja el sabor de un cuarto vacío en las innumerables recámaras del corazón, donde puedo ver las huellas que ocuparon una cama, un sillón, el recuadro no gastado por el sol de ese cuadro que colgaba y ya no esta más. Del libro que se abrió un día y se cerró una noche, del aroma que me recibía y ahora se añejará en la memoria inevitablemente.

El adiós siempre me ha parecido un ente extraño y desconocido al que nunca puedo encontrarle un rostro o al menos un rasgo. El adiós se me esconde en las cavidades del alma, de esta mi alma que es como una ciudad de noche iluminada... Con un adiós, hay siempre un faro que se apaga para siempre... Tengo la temerosa certeza de que una noche mi alma quedará totalmente a oscuras.

El adiós que se me pierde, que se me escurre y se refugia en rincones donde no puedo encontrarlo. Siempre es así, siempre el ciclo que se repite, siempre la serpiente fría que muerde su propio cascabel.

El adiós que nunca me ha pertenecido, que nunca he querido hacer mío, que nunca he querido aprehender. El adiós que no es mío... Que nunca es mío... Que nunca es mío.

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