lunes, 5 de septiembre de 2011

Soap Life


A veces me gustaría disolverme de mi mismo, ser yo el jabón que en sí lava mis manos y comenzar a desgastarme con el paso del agua, caliente para acelerar esa agonía y proceso que debe ser bastante doloroso y tortuoso. Me imagino la propia disolución entre mis dedos, lavarlos uno a uno hasta que se vayan desgastando mis posibilidades. Primero, que se lleve las uñas, esas uñas que necias se empeñan en crecer y yo más necio aún que ellas, me empeño en cortar continuamente, esos restos de prehistoria que aún sobreviven en mis genes, de cuando estábamos cubiertos por escamas, de cuando me dicen, salimos trabajosamente arrastrándonos del mar para llegar hasta las orillas y encontrar otro mundo que nada se parece a nuestras costumbres.

Creernos más que los peces, remilgar de las algas y las lentitudes, sentir como nuestros brazos se van tornando espuma y se disuelven, ya sin sus puntas, manos que resbalaron tallando nuestros alcances, abandonar las profundidades, dejando de mirar hacia los abismos y colocar la mirada en los cielos, que aún borrosos por nuestros ojos de tiburón se nos presentaban poco claros, poco definidos. Encontrar en los suelos y las superficies otros riesgos, incontables peligros y el sol que nos secaba la piel, que nos escoriaba los labios. Con el sentir de que nuestra jabonosa cabeza también se ha ido deslavando con la lluvia de los años y de los recuerdos sólo nos queda un poco de aroma, de ese aroma limpio de la ropa que se ha secado en el sol. Así comenzamos a guarecernos en las alturas, reptamos por los troncos y ascendimos a las copas de los árboles, al resguardo de sus sombras que nos recordaba esa frescura marítima, ese sonido de olas cuando el viento se colaba por las ramas... Pronto nos aburrimos de las alturas, de los frutos de la imaginación que caía como manzanas demasiado maduras para estrellarse con la dura realidad del suelo para pudrirse. Y sentimos como el pecho se nos va, se resbala en incontables ríos que corrieron por los amores y des amores y nuestro corazón, jabonoso, termina siempre resbalando hacia los desniveles del suelo que siempre, siempre terminan por conducirnos a una cloaca. De ahí, algunos comenzamos a bajarnos de nuevo a tierra firme, otros que se quieren regresar a la mínima provocación. Otros que no se bajaron jamás...

Y ahí vamos, parece que de regreso a donde surgimos, a ahogar nuestros errores y fracasos, sin encontrar el propósito de abandonar nuestros mares y océanos tan antiguamente llenos de certezas y certidumbres. Ahí vamos de regreso después de probar todos los frutos y todas las carnes, después de haber inventado todos los pecados. Con el andar cabizbajo, los latidos pausados y cansados, con los brazos a los costados como las antiguas aletas, con los pulmones llenos de hollín y los polvos de todos nuestros viajes, con la mirada de vuelta nublada, ahora por la melancolía de los mares que inundan nuestros ojos en salados llantos, con las ropas gastadas y en redes que ya no sostienen ningún viento que con nuestras velas izadas nos lleve... Ahí vamos... Ahí de regreso vamos.

Quizás la alegría vuelva un poco a nuestras esperanzas cuando al borde de la tierra nos moje los pies el pausado respirar de los mares, cuando ya disueltos de pies a cabeza, veamos desaparecer nuestros pies confundiéndose con la espuma de las olas... Nunca sabemos donde comienza la marea y donde terminan nuestros pasos.

Al final, creo que tarde o temprano todos terminaremos en el fondo del mar.

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