lunes, 5 de septiembre de 2011

I Held The Moon


En el eclipse de tus ojos siempre encontraré un diamante que cegará mi alma para siempre. En el negro y blanco de tus ojos siempre estará la luz y la sombra de mis penumbras y claridades, que me cuentan de fantásticos seres que se despeñan a lo lejos, en los linderos de tu crueldad, que me recuerdan el no orillarme demasiado hasta correr el riesgo de flotar sin mi gravedad. En los eclipses de tus ojos siempre hay estrellas que desaparecen, soles que se extinguen y mundos que implotan cuando se ha secado su corazón. Un agujero negro nace cada vez que me miras desde la memoria que guardo de cuando te conocí, de cuando envuelta en bocanadas de lluvia apareciste impermeable, exhausta de esperar y de soñar y te diste cuenta que estas más en lo alto que yo.

Entre las risas de la noche y los cantos, entre gotas golpeando nuestros sueños y nuestros deseos, con la media noche escotada en tu pecho y las madrugadas contenidas en mis manos para ti, para llenarte de caricias y de besos, una luna creció aquí dentro, y nos contó de cuando nosotros, como semi dioses incalculables, peleábamos contra nuestros propios demonios, y creamos un mar de sal, y uno de fuego. Un mar de agua y uno de arena. Quisimos destrozar nuestros dolores en un océano de leche solo para nosotros dos, quise tomar del fondo de tus mares las hierbas de tus tristezas y anhelos, de tus deseos todos y de tus secretos completos, para batir el mar.

En nuestro anhelado espacio aparecen de vez en cuando seres que emergen de los mares de nuestras miradas, letras y palabras. Olas que nos calman o sozobran las dudas y las certezas, nuestras fortalezas y cada una de las debilidades. De vez en cuando de nuestras gargantas un sabor amargo nace y nos invade las esperanzas, de esas gotas bebe y se vuelve peligrosa una serpiente roja que nos envuelve tratando de asfixiarnos, y un escorpión azul que nos mira levantando la cola. Otras veces aparece un buen trago de leche y miel que nos embelesa en envoltorios y abrazos sintiéndonos con toda nuestra piel, que nos alimenta el cansancio del día con nuestros alimentos de las noches. Unas veces, las menos, baja una mano del cielo y nos da a beber de los vinos que permanecen en las cavas de nuestras estrellas, añejados en tiempo luz, vino que nos hace mirarnos con este deseo que ya no sabemos contener y siempre, cada noche y cada amanecer, mi deseo me empuja a embriagarme bebiendo de ti. Siempre de ti...

Aparece de vez en cuando dentro de ti un árbol que con su aroma me transporta fuera de todos los mundos. El aroma de saber que estas cerca de mí.

Aparece siempre la Luna para rodearnos y calmarnos, y de vez en cuando la acompaña una mansa lluvia.

En el eclipse de tus ojos siempre encontraré ese diamante que cegará mi alma para siempre. Y en sus reflejos encuentro siempre este dolor de saber que un día podría perderte, verte desaparecer tras las nubes de la memoria, verte ensombrecer y claudicar de mis batallas a tu lado y no tenerte mas, en el negro cielo sin estrellas de mi alma, en la bóveda que te resguarda para mi, para que seas mía como única existencia que me liga a la realidad y al mundo, que me diga a mi mismo que soy real porque existes y te siento y te veo y te grito, ensordecedoramente en silencio, que no se que he hecho y me ves navegar en mis negras plumas bajo tu luz cada noche en el lago silencioso de tu ausencia que me duele, que me arranca la sangre a través de dolorosas bocanadas de silencio...

Tenía la Luna en la luz de mi mirada. Tenía la Luna en la punta de los dedos y sentía que podía tocarla, arrancarle los bocados de Calvino para saber de que esta hecha tu luz y tu polvo. Navegar de cabeza al mundo sobre tus mares atrapado por tu gravedad, saber con certeza que no me dejarías caer, que podía aferrarme a tus redes, a tus resguardos, que a este mundo nunca de nuevo me dejarías volver porque había llegado hasta ti, imprimiendo en tu piel la huella de mi que no habría de borrarse jamás...

Yo tenía la Luna y sentí tocarla, sentí su rostro en mis manos y tu piel en sus suaves arenas. En sus eclipses veía el amor de tu mirada, el calor que tu cuerpo desprendía bajo los mantos de la noche para mi. Yo tenía la Luna para perderme por las noches con tu luz por todos lados sin ahogarme, sin confundirme dentro de ti por tus calles y tus laberintos. Yo tenía la Luna en mi mente como tótem para siempre regresar de los malos sueños... Yo tenía hacia donde dirigir la mirada por mis noches, en cualquier parte de este mundo sabiendo que estarías ahí, para cubrirme cuando mis fuerzas menguaron, para celebrar conmigo cuando mi corazón se llenara, para hacer de mis antiguas cicatrices, crecientes sanaciones... Yo tenía la Luna. Una Luna que desde el fondo de este oscuro lago que me ahoga, no puedo encontrar. Una Luna que no puede transpasar la barrera de estas aguas nocturnas y brilla en sus superficies, buscándome sin saber que yace en el oscuro fondo mi cuerpo, que poco a poco el sedimento de tu ausencia terminará por cubrirme y desaparecerme... Arriba quedarás tu, brillando... Brillando.

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