lunes, 5 de septiembre de 2011

The Blind


Descendiendo en la carne. Descendiendo en sus oscuridades, sus graníticas resoluciones de la sangre que coagula pronto mis intrusos sueños nacidos por mi espíritu, atacados por mi cuerpo como su mordaz reacción a acabar con lo extraño. Mi carne que se cuece en los ardores de la fe quebrantada y la desilusión aterrizada. Mi carne que se retuerce cuando las puntas de mis anhelos desean sanarme. Mi carne. Descendiendo en mi carne me encuentro con los nueve paisajes circulares de Virgilio que se muestran cada noche frente a mi, fulgurantes, impecables. Mi carne que se mezcla con mi sangre, mi sangre que es el medio camino de la vida. La vorágine de mis entrañas no ha podido nunca acabar con la vorágine de mi espíritu, y como monstruo marino de dos cabezas, luchan sempiternamente por uno a otro a devorarse. ¿Que visión representa en el otoño mi espíritu arrancando trozos a mordidas de mi cuerpo? ¿Sosteniendo mi materia entre sus fauces? ¿Que clase de veneno para los ojos se libera cuando mi cuerpo niega alimento a mi espíritu y lo encadena a sus perversas voluntades? Y veo mi espíritu colgando, en jirones de las dentadas fauces de mi cuerpo mientras con la siniestra garra le arranca las ganas de seguir adelante... Debo estar ciego para soportar estas avernales visiones, estas tortuosas gravedades.

Cuerpo y espíritu, desgarrandose entre ellos, Caín y Abel liberados a su frenesí de sangre, descienden por la puerta del infierno donde la balsa los espera en los torrentes que conduce por sus ríos mi sangre. Mi sangre... Mi sangre, Aqueronte de mi transcurrir pausado sin sombras detrás ni delante de mi para guiarme. Sin reflejos, sin recuerdos.

Por ahora, se abre ante mi un panorama que me estrella la mirada... Una abismo tan profundo que mi vista se va al fondo y no regresa para contarme lo que ha visto... Así, sin visión ya, permanezco en el este limbo, donde Virgilio apiadado de mi me tiende un poco, levemente, su mano. No hay manos que me alcancen para asirme de ellas y salir, volver a la fe, volver a la tina bautismal de la que fui arrojado por dudar. Se me niega volver a ver aquello que me redime a diario, que me recuerda en su rostro, el rostro de mi creador y su misericordia. Tuve de nuevo fe y ahora, ciego, permanezco en este limbo. Sin cielo ni llamas, una espera eterna simplemente por ser desarraigado de una fe.

Se me ofrece mi propia carne como alimento y manjar que habrá de apaciguar todas mis hambres. Mi propia sangre como embriagante bebida que habrá de apagar mi sed toda. Con la venda en mis ojos, esperando que mi visión regrese de ese oscuro y brutal abismo, ciego, espero masticando y sorbiendo, escuchando estruendos y tremores de mi carne que no alcanza a saber que sucede alrededor.

Entre el caos, distingo la voz de Lucano, Electra, Antifonte, Antígona, Deifile, Argia, Ismene, Hipsípila, Manto... Aún no escucho a Minos, así es como mi carne y mi espíritu uno a uno se devoran, pero no se vencen. Aún debe haber alguna luz donde mi ceguera no cubre tramo. Aún está prometido el sueño de Rifeo para volver a las ascensiones que traerán a mis cuencas vacías, claridades.

Descendiendo en la carne, los nueve círculos se abren. Te asomas a todas las fosas. Los oscuros y turbios ríos de sangre, incalculables. Sordas visiones que no alcanza la eternidad para comprender... Fluye ciego mi espíritu a través de mi carne, como el calor que habrá la noche en que entre tu cuerpo, se derrita mi sangre... Y ciego, descienda por cada uno de los abismales paisajes que cautivadores, inigualables, implacables, a mi ciega visión se ofrecen, siempre, incalculables...

No hay comentarios: