miércoles, 30 de enero de 2013

Bare.


Entre las noches, entre las sabanas del rostro que se arruga con el sueño del tiempo y entre las ruinas de los dientes.

Entre una codicia de siempre mas, sin satisfacer la nada que vive dentro y se alimenta de deseos mal logrados. Sin carne, sin uñas para sostenerse de ninguna espalda, sin grietas en el alma donde parcelados eternamente sembremos oscuras soledades. Sin suelo para descansar el vuelo. Sin aire fresco para desahogar estos pulmones que se pudren en sus raíces al no poder decir todo lo que la garganta atora.

Con la mirada fija perdida en cualquier horizonte, dejamos que el alma escape en ratos, nadie quiere para ella una cárcel demasiado estrecha como lo es el cuerpo humano.

Al cuerpo no le cabe otro cuerpo, ¿eso jamás lo comprenderemos? Infructuosos intentos de ahogar nuestras penas y necesidades en otro cuerpo para no usar el nuestro, esa es la carga mas pesada que soportamos. Ahogamos otros cuerpos en los intentos de dejar incubados en ese espacio extra todas estas cosas que ya no caben en el nuestro. ¿Quien deja la basura que produce dentro de sus propias habitaciones? Solo algunos locos que en su momento de lucidez saben que no tiene la culpa el otro, que ocupar otro cuerpo para asear el nuestro es demasiado enfermo.

Entre una idea y las siguientes no queda espacio tampoco para desecharlas, ni para hacerlas crecer tampoco. Somos, entre las noches y los días como parcelas en el alma que sienten un hueco, este hueco que siento ahora, que siento siempre, que no se va, que entre la vida y la muerte ha estado siempre presente y no se va. No se va.

Entre tu y yo vamos haciendo trincheras, anegando pozos donde esperamos que en un descuido, caigan los sueños del otro. Entre los dos, matemáticamente siempre tendremos el mismo resultado: dos entre dos siempre será igual a uno, uno que se supera al otro, uno que estéril, busca preñar los anhelos de aquel para sujetarlo mas al suelo, uno que se resiste a mirar arriba y ver que entre los dos no hay mas cosa que tierra y cielo.

Entre los dos, ahogamos cada noche los gritos de las almohadas. Entre los dos jalamos los cordones que mueven los intereses ajenos a nosotros y acabamos con las extremidades clausuradas.

Entre los dos labramos el campo de guerra y en el medio se abre solamente la tierra de nadie, la que no será para ninguno de los dos porque derramamos ya demasiada sangre.

Entre los dos sabemos que cada vez me queda menos piel y sentimientos, menos dientes y menos brillo en cada mirada. Entre los dos sabemos que huele a final.

Entre las noches, entre las sabanas del rostro que se arruga con el sueño del tiempo y entre las ruinas de los dientes. Entre los dos nos acercamos al final.

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