martes, 29 de mayo de 2012

Frozen


Tengo a Dios frente a mi congelado estas noches. El silencio me invade llenando mis pulmones con un aire que no se como respirar. Mis brazos, mis pies, te trajeron hasta aquí y ahora se me escurren las noches enteras de insomnio, pasando ese momento cuando vi tu mirada asustada, como un bucle de alguna película muda y sin sentido. Sin ti, el sueño, mi sueño, jamás regresará.

Tengo las manos de Dios frente a mis ojos y no las veo moverse. Están atadas al frío que aquí amenaza y no quiero se acerque a ti. Dios me ató a mi las manos, los pies, las posibilidades todas y me hizo saber que era momento de dejar todo en las suyas, en sus manos, pies, posibilidades y voluntades caprichosas. Y no veo las manos de Dios moverse para desatarte de este estruendo sordo y ciego que ahora, amor, nos invade.

No veo las congeladas manos de Dios deshaciendo el nudo con el que esta trampa maldita, que sobre todos se cierne, te ha lazado ahora en estas noches que tanto me duelen. Y en medio de mis humanas posibilidades, que nunca son siquiera suficientes, veo tu incesante lucha, tu solitaria existencia colgando de ese nudo ciego y cruel. Es tanto el dolor, que mi llanto se queda ahogado dentro de mi, escurriendo en cada parte, sin encontrar salida alguna que apacigüe este dolor.

Dios, atado de manos, sin moverse, nos observa. Sabe que mi único sueño en estas sangrantes noches, es verte aparecer caminando por ese largo y frío pasillo en que te solté la mano y cruelmente te dejé en otras manos que no eran mas las mias, ese instante del cual me arrepiento tanto… Verte aparecer como antes, como siempre, sonriente y radiante y decirte: “anda, amor, larguémonos de aquí, a vivir lo que queremos en otra parte”… Pero no sucede, por mas que veo y paso la noche sentado frente a ese pasillo, no apareces. Y Dios que nos observa no se mueve… Tengo a Dios congelado en el corazón de estas tardes. Tengo a Dios congelado en el frío que sin ti me invade.

Quisiera congelar el tiempo también. Llevarte lejos, donde ningún frío nos alcance. Llevarte lejos es lo que tenia que haber hecho desde el principio, escapar contigo de todo esto que nos persigue y no nos dejará jamás hasta alcanzarnos, pero como quisiera hacer que a eso maldito le cueste demasiado lograrlo, que se desmaye dos o tres veces antes de vernos las huellas en la nieve, que se raspe las rodillas y el rostro antes de darnos alcance, que sufra al menos un poco y sienta lo que nosotros cuando nos persigue con su sombra.

Apunto a Dios con un arma y quiero obligarlo a hacer lo que mereces que haga, que te ayude a escapar y te devuelva a nosotros, a mi que te necesito tanto, porque no es Dios quien te mantiene en esta trampa y estado… No. Es ese nudo de una sombra maldita que no se va a pesar de que le grite tanto que te deje en paz para siempre. Es ese frío que viene a lastimarnos y que quiero atrapar en mis manos para con toda esta ciega y sorda furia, despedazarlo, arrancarle con los dientes pies y cabeza, con mis dedos, con mis fuerzas todas, extraer cada gota de sus entrañas y saber así que ya no puede alcanzarte jamás. Pisarlo hasta que sea una oscura mancha en el suelo de este pasillo que nos separa y que no me deja sentir de nuevo tu piel, tu calor, tu existencia palpitante que me llena todo y se ha convertido en mi único latir.

No es Dios quien te tendió esta trampa que nos consume en estas noches. Pero grito a Dios que te desate de esos nudos que mis manos no alcanzan a tocar, porque sólo Dios puede llegar a esas alturas. Y le he gritado, le he insultado, ofendido, suplicado… ¿Y Dios? Congelado… Y congelado quedará para siempre mi corazón si Dios me decepciona esta vez que no podría perdonarlo, si Dios no se mueve a tiempo para sacarte de aquí y entregarnos tu vida que esa maldita cosa nos ha secuestrado.

Tengo a Dios congelado en la punta de los dedos y me da miedo que no haya comenzado a moverse. Tengo a Dios congelado en mi respirar que solo me ahoga desde que solté tu mano tras ese corredor que me heló también la sangre.

Dios y yo estamos congelados. Nos miramos uno a otro porque esto fue ya demasiado y vemos como luchas incansablemente, en cada respirar y cada latido, en cada segundo... Y ni el ni yo, nos quedaremos de brazos cruzados.

Esta noche, Amor mío, apunto a Dios con un arma para obligarlo a que haga su trabajo: Sacarte de ese laberinto en que tu alma se encuentra angustiada y llorando en silencio, y que no sabes como me duele imaginarla, imaginarte, temerosa y sola en esas penumbras sin mi mano para calmarte, sin tu aliento para poder creer ser capaz de todo, sin tu mirada que me hace saber que estas aquí y no me dejarás mas… Y si Dios no me ayuda a pesar de eso, lo mataré y mataré este corazón mío que me está estallando dentro y ya no aguanto.


Tengo a Dios congelado, sin moverse y haré con él el último trato: El te saca de aquí y yo no disparo…

No hay comentarios: