lunes, 30 de enero de 2012

Cornucopia


Cayendo la noche y sus sombras alargadas. Recién a llovido con esa mansedumbre de las lloviznas que no encajan en ninguna temporada, esta lluvia de Febrero que llora en Enero no tiene sentido, como no tiene sentido este inmediato silencio de lo inevitable y sus consecuencias. Se pierden batallas y cada vez parece mas lejana la victoria, la guerra se prolonga ya demasiado y las trincheras de nuestros corazones están ya anegadas de ese llanto y lodosas de estas lejanías.

Como en esa mítica noche de tregua en el frente, nos reunimos para cantar esta noche de paz, donde el frío nos carcome los sueños y una extraña humedad nos duele en los huesos. Nuestras plegarias de salvación no serán ya de nuevo suficientes, nuestros ruegos por que Dios reuna lo que como humanos nos empeñamos en separar ya no alcanzan ni la mas baja de las nubes. No buscamos ya soluciones, sino romper el tedio de esta costumbre que como la guerra, se ha prolongado demasiado.

Atormentados en todos estos sin sentidos, en medio de estos estruendos que nos hacen brincar de la cama por las madrugadas, sabemos que las respuestas han tocado a nuestras puertas para iluminar la siempre ciega fe del amor. Estábamos aquí para respondernos, mas no para preguntarnos y ahora, las respuestas aparecen frente a nosotros tras este empañado cristal de una noche de Enero, la última noche de Enero que se empeña ya en ser Febrero, con su frío y su lluvia siempre fuera de tiempo, con su viento que grita y hace aspavientos pero que sabemos, jamás puede hacernos daño.

Así, un cuerno abundante aparece en la mesa, como banquete de nuestros sueños, o empacho de nuestras desiluciones. Un poco de vino lo resolvería todo, como siempre. Un poco de embriaguez para encontrar de nuevo en la piel aquello que creemos, son las soluciones. Un poco de enredar de nuevo los cuerpos para sentir la certeza de que esta vez, será diferente, que esta vez lo lograremos, que esta vez, al despertar, la guerra habrá terminado y comenzarán los girasoles a voltear al sol...

Un poco de vino y su embriaguez, de ese abundante cuerno de frutos secos y líquidos atormentadores, es lo que necesitamos para volver a creer que toda guerra vale la pena, que merece la pena caer en cualquier batalla iluminados por esta fe. En nuestra mesa la abundancia no aparecerá de nuevo jamás. Lo sabemos, y nos preparamos para inundar las trincheras del corazón y colocar minas a nuestras ilusiones para hacerlas estallar.

En esta noche, damos vueltas y no nos vemos, porque siempre nos damos la espalda, buscándonos. Olvidamos las reglas y jugamos como Dios nos da a entender. Nos dejamos llevar por este camino de salvajes actos y nos hundimos aún mas las espinas que salpican nuestras lenguas en cada voz.

Una extraña noche sin sentido es lo que necesitamos, una noche de abundancia, de todo lo que ya no sabemos como decirnos, una noche donde nos hartemos de comernos y bebernos y la cruda nos dure meses enteros, o toda la vida que nos queda, al menos... Necesitamos la abundancia de los cuerpos, no una noche de lluvia y frío, adornada con silencios. No una noche sin sentido como esta, donde lo que sentimos da vueltas y vueltas por la amargura, como daría vueltas, desquiciado, un payaso sin circo.

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